
Made by humans: Autenticidad en la era agéntica
Un sello que garantice la creación humana de productos, ideas o procesos podría redefinir el valor cultural, creativo y comercial en plena automatización global.
shared.rich-text
En un contexto dominado por automatismos sofisticados y producción no humana a gran escala, comienza a gestarse una idea que hace apenas unos años habría parecido obsoleta: un sello que certifique que aquello que consumimos, leemos o usamos fue creado por una persona. No como un acto de nostalgia, sino como un nuevo parámetro de autenticidad, agencia y valor.
El concepto, que algunos laboratorios de diseño e instituciones académicas ya exploran de manera informal, cobra sentido frente a una inquietud creciente: si todo puede ser sintetizado, replicado o sugerido por procesos no humanos, ¿dónde queda el rastro de lo que somos como especie? Esta pregunta, más filosófica que técnica, empieza a tener implicaciones concretas en sectores clave como la educación, el arte, el periodismo, la moda y el desarrollo de software.
El sello, que podría llevar nombres como “Hecho por humanos” o “Origen humano verificado”, funcionaría como marca de procedencia y garantía de un proceso intencional no mediado por automatismos. A diferencia de las certificaciones técnicas actuales, no buscaría validar eficiencia o precisión, sino asegurar que un objeto o contenido haya sido concebido, diseñado y ejecutado con decisiones humanas consecutivas, sin delegar a sistemas la fase creativa o intelectual dominante.
Aunque aún se discute cómo auditar tal trazabilidad, existen precedentes. Algunas editoriales han comenzado a solicitar declaraciones de autoría manual de textos, y en ciertos mercados ya se paga más por obras “garantizadas” como no generadas mediante sistemas automáticos. La idea del sello no sólo servirá como distintivo frente a una oferta creciente de productos generados sin intervención humana significativa, sino también como respuesta a una búsqueda de conexión consciente entre el origen y el uso.
Lo interesante no es tanto su implementación como sus consecuencias sociales. ¿Pasarán a tener mayor valoración los productos con trazabilidad humana frente a los fabricados por procesos más eficientes pero automatizados? ¿Se convertirá en un gesto de resistencia o en un nuevo estándar dentro del consumo ético? Algunos analistas auguran que podría devenir en símbolo cultural, similar al comercio justo, señalando compromiso con el trabajo deliberado y el pensamiento situado.
Este posible sello podría además introducir un nuevo campo de debate sobre derechos de autoría, responsabilidad productiva y transparencia cognitiva. Es decir, no sólo sabremos qué fue hecho por una persona, sino quizá también quién asumió esa acción y con qué contexto. Frente a la proliferación de procesos autónomos que confunden el límite entre contenido espontáneo e instruido, lo humano —con sus tiempos, errores y decisiones— podría representar un valor agregado, no una desventaja.
En lugar de mirar hacia atrás, esta iniciativa apunta hacia una reconfiguración de lo que consideramos significativo en la producción cultural y material. Tal vez dentro de muy poco, lo excepcional será simplemente ser humano, y habrá que certificarlo.