
Cambio de Turno
La automatización no empezó por donde todos pensábamos: fueron los trabajos de oficina los primeros en transformarse.
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Durante años, investigadores, medios y expertos coincidieron en una expectativa aparentemente razonable sobre el impacto inicial de las tecnologías automatizadas en el empleo: los primeros perjudicados serían los trabajadores con tareas físicas repetitivas, especialmente aquellos empleos considerados de “baja cualificación”. Sin embargo, en una vuelta inesperada de los acontecimientos, los efectos más visibles de esta transformación están emergiendo en oficinas, no en fábricas. Lo que está experimentando una reconfiguración acelerada son precisamente las tareas de entrada de los trabajos denominados de “cuello blanco”.
Contadores junior, asistentes legales, redactores técnicos, analistas de datos en formación, diseñadores gráficos en etapas iniciales de carrera, y hasta generadores de presentaciones o reportes internos: estos perfiles han comenzado a sentir la presión directa de sistemas basados en modelos computacionales capaces de sintetizar información, redactar contenido y estructurar documentos con una velocidad y consistencia difíciles de igualar por trabajadores humanos inexpertos.
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Lejos de lo que se proyectaba hace una década, no son los operarios de cadenas de montaje los que están siendo reemplazados primero, sino jóvenes profesionales que apenas daban sus primeros pasos en carreras administrativas, legales, financieras o comunicacionales. El fenómeno deja entrever que muchos de los llamados “entry level jobs”, cruciales para formar profesionales a través del aprendizaje en el trabajo, están siendo absorbidos por sistemas digitales a un ritmo vertiginoso.
Una parte importante de este giro inesperado tiene que ver con la naturaleza de esas funciones iniciales: implican recopilar, reorganizar, interpretar y presentar información estructurada. Y esta, precisamente, es la zona de confort de los sistemas actuales. En cambio, muchas tareas consideradas “manuales” e incluso rutinarias presentan a menudo más variaciones contextuales de las que se asumían inicialmente. Mover objetos, interactuar con superficies físicas, responder a condiciones cambiantes en entornos reales no resulta tan sencillo para una máquina como para un humano con experiencia, incluso si su función es repetitiva en apariencia.
Lo que está ocurriendo no solo cambia las proyecciones sobre qué empleos están en riesgo, sino que plantea interrogantes fundamentales sobre los procesos de entrada al mundo del trabajo profesional. Las estructuras tradicionales de carrera en muchas áreas requerían pasar por tareas básicas —revisar contratos, elaborar borradores, analizar datos crudos, generar resúmenes— antes de acceder a funciones estratégicas o creativas. Si estos peldaños intermedios desaparecen, ¿cómo se formarán los profesionales del futuro?
Desde una perspectiva antropológica, el trabajo no es solo una fuente de ingreso, sino también un mecanismo de socialización, transmisión de saberes informales y afiliación simbólica. Lo que ahora se erosiona no es el empleo en general, sino ese conjunto de prácticas a través de las cuales las personas aprendían a ser economistas, abogados, diseñadores o comunicadores desde el hacer cotidiano. Habrá que prestar atención a cómo se reconstruyen esos caminos cuando los puntos de partida tradicionales comienzan a desdibujarse. La respuesta ya no está en la fábrica. Está en el cubículo que se acaba de vaciar.